Ayer, El País incluía en sus ediciones impresa y online una
tribuna de José María Lassalle, con el título de Antipolítica
y Multitud en la que advertía de que la protesta social puede desembocar en
una deriva totalitaria como la de los años ’20 y ’30 del siglo pasado. Se refería, sin citarlo al 25-S
y manifestaciones similares precedentes y sucesivas y la idea fuerte, recogida en
la entradilla, es la siguiente: “Sustituir la institucionalidad deliberativa
por el griterío de la población no es democracia, como tampoco lo es defender
que la voluntad de un pueblo está por encima de las leyes. Ello aboca al
conflicto y la violencia”. A Lassalle le preocupa que nos encaminemos hacia un
abismo que suponga el final del sistema democrático.
Con algunos argumentos trabajados y con otros manidos pero ciertos (“quien no conoce la historia, está condenada a repetirla”), Lassalle traza una analogía entre los impulsores de los movimientos de protesta actuales y los organizadores de la Marcha Sobre Roma. Abunda en la comparación del momento actual de crisis económica e institucional con el que se llevó por delante las democracias en Italia y Alemania en los años ‘20 y ‘30. Podría haber mencionado el caso de España, sin irse más lejos, pero no lo hace.
Lassalle, político del Partido Popular, es actualmente Secretario de Estado de Cultura. Además de eso es doctor en Derecho por la Universidad de Cantabria, profesor de historia de las ideas y de las instituciones en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y tiene buena pluma, todo sea dicho. Pero coge el rábano por las hojas y, además, intenta descargarse de responsabilidad acerca de lo que está pasando. Porque si algo le pasa a la democracia española no será culpa de los ciudadanos desesperados y agobiados que se manifiestan en las calles, sino de las élites políticas y económicas que detentan el poder y que él representa.
Ahora
no tengo tiempo ni libros a mano para buscar citas de Jurgen Habermass u otros
que refuercen mis tesis, pero voy a intentar contestar al señor Lassalle hablando
con toda la autoridad que me confiere ser una minúscula parte de esa multitud
que ruge y se manifiesta y que tanto temor le provoca… ¡La masa habla!
Para
empezar, señor Secretario de Estado, usted se muestra preocupado por el
sentimiento antipolítico de buena parte de la ciudadanía, sobre todo por el
hecho de que este sentimiento se haya convertido en una crítica al sistema en sí
mismo, más que a los políticos en particular. Entiendo que usted piensa que el
nuestro es el único sistema democrático posible y que fuera de ahí todo es o totalitarismo
o caos. Habla del riesgo de derribar la arquitectura institucional, como si
todo lo que se pudiera hacer con las arquitecturas fueran demoliciones. Pero
todo el mundo sabe que existen también las reformas, el apuntalamiento, las ampliaciones
y, por supuesto, la obra nueva, señor Lassalle. Y todo el mundo sabe que hay
edificios que se han colapsado encima de la cabeza de sus desdichados moradores
por no remozarlos a tiempo.
No sé
si se ha detenido usted a escuchar y analizar con detenimiento las ideas que
barajan movimientos como el 15-M y el 25-S, antes de tacharlas de pueriles. Nadie
habla de derribar las instituciones, sino de cambiar la forma en la que
funcionan, porque está claro que no están funcionando bien. Quizá algún idiota
quería el otro día prenderle fuego al Congreso, pero ese no era el sentimiento
mayoritario de los que estaban allí.
Supongo
que una de las cosas que le asustan, señor Lassalle, en relación con estos
movimientos es el planteamiento asambleario de sus reuniones y la alusión a la
democracia real. Me lo figuro temblando imaginándose una turba de personas
greñudas, barbudas y malencaradas reunidas en interminables asambleas en las
que deciden la deportación de los burgueses a los gulags. Pero no es el caso.
Tranquilo. La gente habla de regenerar la democracia que es, en su raíz, un
sistema asambleario y yo, creo, humildemente, que no está de más reivindicar la
horizontalidad de la democracia y la idea de que la democracia debe servir al
pueblo (a la mayoría, silenciosa o no), frente a unas instituciones
supuestamente democráticas pero que sirven para perpetuar el poder de unas élites
y para el gatopardismo. Ya sabe, eso de “que todo cambie para que todo siga
igual”. A mi también me gustan las citas manidas pero ciertas.
Quizá
alguno de sus acólitos, señor Lassalle, diga lo que decía Esperanza Aguirre:
que a ella le gustaba la democracia a secas, porque “cuando le empezamos a
poner adjetivos, malo: democracia popular, democracia orgánica…” Es una frase
ingeniosa, pero no tiene, mucho
recorrido, habida cuenta de que usted mismo le pone un adjetivo: “democracias
liberales”, dice en su artículo.
Yo
prefiero democracia real, vaya. La palabra liberal últimamente tiene unas connotaciones
un poco raras… ya sabe: eso de apartar la mirada del sufrimiento de amplias
capas de la población mundial para aplaudir como la desregulación hace que unos
pocos acaparen cada vez más…
Democracia
real. “¿Qué es eso?”, preguntará. Pues a la hora de la verdad, muy pocos en las
asambleas piensan que el país entero o sus circunscripciones puedan gobernarse
de forma asamblearia y se habla más bien de reformar las instituciones. De
cambiar el sistema electoral, de listas abiertas, de una legislación más
estricta para las instituciones financieras o de hacer cumplir artículos de la
Constitución de 1978 que imagino que a usted le gustará bastante, como el número
47, el que señala el derecho a residir en una vivienda digna. También se habla
en estos círculos de conspiradores de utilizar la herramienta del referéndum más
a menudo… Esto último, por ejemplo, para decidir si queremos un rescate para
España o no. Ya que el Sr. Rajoy no se acaba de decidir, igual le podemos echar
un cable, ¿no cree?
Pero también
es cierto que muchas personas de las que se reúnen y protestan contra las políticas
de su gobierno renegarán de lo que acabo de escribir y me llamarán “reformista”
en tono despectivo. Le voy a contar un
secreto, señor Lassalle: en los movimientos como el 15-M o el 25-S conviven dos
almas, una –llamémosla– “reformista” y otra “revolucionaria”. A veces esas dos
almas confluyen incluso en una misma persona. Todos tenemos nuestras contradicciones.
Unos piensan que hay que reformar y otros creen que hay que reconstruir: derribar
partes enteras y empezar desde los cimientos.
Históricamente,
la dialéctica entre revolucionarios y reformistas es lo que ha debilitado las
iniciativas de la llamada izquierda alternativa. Pero ustedes lo están haciendo
tan mal que están logrando ponernos a unos y a otros de acuerdo. Enhorabuena. Ahora,
la defensa del Estado social de derecho que consigna nuestra constitución, o la
de la socialdemocracia han cruzado la línea de lo contestatario y sus
defensores se encuentran en la calle con los que tienen propuestas mucho más
radicales.
¿Tiene
miedo de que el furor de la calle acabe derribando las instituciones e
imponiendo algún tipo de totalitarismo? Párese primero a pensar quién ha sacado
a toda esa gente a la calle. Quién dimitió de la responsabilidad de controlar
los poderes económicos, quién alimentó la burbuja, quién malgastó el dinero público
en gilipolleces, quién prescribió como cura una serie de medidas antisociales
que empobrecen más y más a la gente.
Habla
de la desesperanza de la gente, reconoce que existe, pero a la hora de la
verdad, señor Lassalle, prescribe silencio y más sacrificio “para mejorar y
vencer la crisis”. Yo estoy de acuerdo, hace falta más silencio y sacrificio…
de las élites políticas y económicas. Nosotros ya nos hemos apretado el cinturón,
ahora hagan algo los de arriba.
Realmente,
es muy sencillo de entender: cuanto menos tenga que ofrecer su “democracia
liberal” a la gente, más personas se verán tentadas por las alternativas a ella,
incluidas aquellas que tanto usted como yo convendríamos en tachar de abominables.
Si
tanto miedo les da eso, hagan algo. Algo que no sea pedirle a la gente que no
proteste, claro. Porque pedirle a gente desesperada que no proteste es tan
idiota como pedirle a todo el mundo que se levante una hora antes para ahorrar electricidad
en vez de cambiar la hora; parafraseando a Milton Friedman, ya que le gustan
las citas y el liberalismo.
Si
quiere que la gente se calme, hagan ustedes algo para calmarnos, que son los
que tienen la sartén por el mango. Si no, seguiremos en la calle y seguiremos
cuestionando las instituciones.
¿Le
suena a chantaje? Yo prefiero llamarlo contrapeso. Durante muchos años, las
calles en España han estado tranquilas en lo que se refiere al cuestionamiento
del sistema político y económico y el alabado modelo democrático de la transición
se fue convirtiendo en un régimen corrupto y cleptómano, en el que abunda el
nepotismo, el amiguismo y la adhesión inquebrantable al que pone el dinero y al
que elabora las listas electorales.
Esto
creo que es indiscutible. No se les puede dejar solos. Hemos salido a la calle
para pedir a los políticos profesionales que hagan bien su trabajo o desalojen
y dejen entrar savia nueva. Y eso no tiene nada que ver con “masas alagadas por
demagogos”. Por cierto, señor Lassalle, alagar es “llenar un lugar de lagos”, según
el María Moliner. Si usted se refiere a “colmar de elogios”, es halagar, con
hache de hemiciclo, señor Secretario de Estado de Cultura.
Además
de las tensiones sociales que se dieron en el Periodo de Entreguerras y que
usted describe con profusión, ha habido otras épocas de fuertes movilizaciones
sociales que no han conducido al fascismo ni al nazismo, sino que han redundado
en la mejora de la sociedad y del sistema político que la regía: las tensiones
raciales en EE.UU. que forzaron a que se acabase con la segregación, el
movimiento de las sufragistas, las movilizaciones obreras que en distintas épocas
han logrado ir consignando más derechos para los trabajadores, la oposición al
franquismo, que forzó al régimen a hacerse el harakiri tras la muerte de Franco
y emprender la transición democrática… y tantas otras.
Pues en eso estamos, señor Lassalle. Usted puede pensar lo que quiera y meternos miedo con la vuelta del fascismo. Puede decir que por protestar ante el congreso en un acto de desobediencia civil podemos invocar sin querer al monstruo. Yo pienso que el monstruo del siglo XXI es otro diferente y pienso que quienes lo han invocado son ustedes.
En fin, señor Lassalle. Hasta aquí. En este punto suelto el hacha (con hache) de guerra. Supongo que cada uno, a nuestra manera, estamos intentando luchar por lo que creemos que sería una sociedad mejor, más libre y justa. Sólo pido que sea cual sea el resultado final, tanto usted como yo nos sintamos felices y representados en ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario